"Las críticas no serán agradables, pero son necesarias". Winston Churchill.

lunes, 16 de febrero de 2015

El fin de la URSS

A principios de los años 80 la Unión Soviética seguía totalmente enfrentada con los Estados Unidos en la denominada Guerra Fría, con la amenaza nuclear siempre presente. A pesar de la precaria situación de su población, los soviéticos seguían destinando año tras año gran parte de sus recursos a la partida militar. Sin embargo, en 1985 Mijail Gorbachov es elegido Secretario General del PCUS y se atisba un cambio de rumbo. Acomete un plan de reformas con el objetivo de salvar la economía y democratizar el Régimen, se adoptan medidas económicas de carácter liberal y también se promete a los ciudadanos mayores libertades. Es la conocida como Perestroika.

Verdaderamente la población empieza a gozar de más libertad de expresión, se acaba con la censura de los medios, terminan las represiones políticas y religiosas, pero las condiciones de vida de la gente no mejoran, y se arrastran los problemas económicos y de producción de años atrás. Los cambios no son suficientes para un sector del Partido, liderado por Boris Yeltsin, que pide mayor celeridad y alcance en las medidas, y las divisiones son cada vez más evidentes dentro del propio Gobierno.

En Noviembre de 1989 cae el Muro de Berlin, símbolo de la separación entre el Bloque Occidental y el Comunista. Estados pro-soviéticos hasta la fecha como Polonia, Hungría y Checoslovaquia, exigen que se abran las fronteras y que sus ciudadanos puedan viajar libremente a los países occidentales. Al mismo tiempo, la población alemana lleva ya tiempo aspirando a la unificación de su territorio. Desde el Kremlin aceptan finalmente tales demandas y no ponen impedimentos al derrumbe del muro, en pie desde hacía 28 años. Por extensión, se considera también abolido el llamado “Telón de Acero”, la frontera ideológica entre los países de la OTAN (occidentales) y los miembros del Pacto de Varsovia (comunistas), vigente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La URSS comienza a debilitarse.

Unos meses después, Gorbachov decide acudir en persona a Lituania, para intentar calmar las ansias independentistas de gran parte de la población. No lo consigue, y el país báltico declara poco después su Independencia de forma unilateral. Se convierte en el primer Estado en separarse de la Unión Soviética.

1991 es el año decisivo. Durante los primeros meses el Secretario General, con el fin de enderezar la situación, decide dar un giro a su política, y coloca en los cargos importantes a los comunistas más conservadores. Se ordena la intervención militar en Lituania y Letonia, en un intento a la desesperada por evitar el desmembramiento soviético. Los intentos de golpes de Estado se saldan en fracaso ante la resistencia de la población, y se producen varias muertes y centenares de heridos. La imagen de la URSS además queda muy dañada a ojos del mundo.

A mediados de año, y valiéndose de las medidas democráticas que se habían implantado, Boris Yeltsin logra convertirse en el primer Presidente de Rusia y, debido a su posición contraria al Régimen Soviético, las tensiones aumentan. En Moscú existen ahora dos Presidentes, que además están totalmente distanciados.

El 19 de Agosto, aprovechando un viaje de Gorbachov a Crimea, el sector más conservador del Partido promueve, junto al Servicio de Inteligencia (KGB), un intento de Golpe de Estado en la capital, tras haberlo estado conspirando desde hacía meses. Sin embargo, una multitud de ciudadanos decide mostrar su disconformidad, y en la misma calle piden a los militares que no abran fuego. Las dudas crecen entre los golpistas, y es entonces cuando Yeltsin aparece. El Presidente ruso escenifica su rechazo al movimiento al subirse a uno de los tanques situados frente al Parlamento y pide calma y unidad a la población, ratificando el orden institucional. Los tanques empiezan a retirarse. Gorbachov, que había estado aislado por el KGB en su residencia de Crimea durante los tres días que duró el intento de Golpe, regresa entonces totalmente humillado y debilitado.

A principios de Diciembre, en Bielorrusia, se le atesta el mazazo definitivo a la URSS. Los Presidentes de Rusia, Bielorrusia y Ucrania firman, a espaldas de Gorbachov, un Tratado para la disolución del gigante soviético, y declaran la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). El día 21 en Almá-Atá (Kazajstán) el resto de Repúblicas se les une y ratifican el acuerdo. Finalmente, el 25 de Diciembre de 1991, Gorbachov presenta su dimisión como Presidente de la Unión Soviética y ésta, sin poderes reales desde hacía ya varios meses, queda disuelta oficialmente.

Dos aspectos positivos se pueden sacar del proceso. Uno es la llegada de la democracia a los Estados resultantes, donde la población puede elegir libremente a sus representantes y goza de las libertades propias de los países del primer mundo. Y la otra, los medios pacíficos con los que se produjeron los acontecimientos. Un éxito sin duda, ya que por desgracia la Historia nos ofrece multitud de ejemplos en los que cambios de Régimen o creación de nuevos Estados se saldan con sangrientas guerras civiles.

Sin embargo, las prometidas mejoras para la población no son tan evidentes, sobre todo en la gran Rusia. Las medidas liberales implantadas en estos casi 25 años y la llegada de la Economía de Mercado no han logrado acabar con las miserias comunistas, ni mucho menos. La gente más desfavorecida vive incluso en peores condiciones que durante el periodo soviético, en un país donde las diferencias sociales aumentan paulatinamente. Mientras que los ricos son cada vez más ricos, el grueso de la población sufre cada día más. Muchas cosas deben cambiar en un país donde la corrupción (a todos los niveles) está a la orden del día, y en el que su gobierno parece estar más interesado en el gasto militar y su política exterior, que en mejorar las condiciones de vida de su gente.