"Las críticas no serán agradables, pero son necesarias". Winston Churchill.

martes, 30 de junio de 2015

De banderas, pitos y aldeas

Dice Pablo Iglesias que la “cuestión nacional” es probablemente el asunto más importante que se dejó abierto en la Transición, y que ha estado “sangrando abiertamente” desde entonces en el País Vasco, Cataluña y, en menor medida, Galicia. Tal vez tenga algo de razón viendo las enormes sensibilidades que levanta el asunto, por muy vacío de importancia que a algunos nos parezca. Un debate que se ha polarizado aún más en los últimos años debido al desafío soberanista promovido desde Cataluña, sobre todo durante los meses previos a la consulta del 9-N. Y que salta constantemente a la primera plana de la actualidad, con los casos aparecidos estas semanas.

La cuestión lingüística es una de sus variantes más habituales. La semana pasada Carolina Punset, portavoz de Ciudadanos en las Cortes Valencianas, sorprendía a todos con la frase: “con la inmersión lingüística volvemos a la aldea”. Una sentencia totalmente desafortunada, por la forma y por el fondo. Sin embargo, planteaba una cuestión importante. Decía que en el 90% de los colegios públicos en Castellón se educaba íntegramente en valenciano, dejando al castellano como mera asignatura optativa. Lo citaba ante el temor de que el nuevo gobierno valenciano extienda esta política a toda la Comunidad. En Cataluña la situación es incluso más generalizada. Esto no es serio. Nadie duda de que el valenciano deba estar presente en las escuelas, enseñarse y hablarse, pero de una manera proporcional con el castellano e incluso el inglés. En un mundo ya tan globalizado es un grave error centrarse solamente en una de ellas y discriminar las otras dos. Y no vale lo de que el castellano ya se aprende viendo la televisión, yendo al cine, escuchando música o navegando por internet. La educación, en las escuelas. Garantizar la enseñanza de los tres idiomas por igual es dotar a los jóvenes de unas mejores condiciones para su futuro. Y es que así es como deberíamos ver las lenguas, como simples herramientas en nuestras vidas. Este blog intenta ser un reflejo de ello. Yo en el día a día uso el valenciano la inmensa mayoría del tiempo, con familia y amigos, pero aquí escribo en castellano simplemente porque mis reflexiones le llegarán a mucha más gente. Pero ojo, no nos confundamos. Las lamentables palabras de Punset apuntan al valenciano como “una lengua de segunda”, para entendernos, y evidentemente tampoco es eso. Se pasó tres pueblos (o aldeas), esa es la verdad.

Las banderas y los himnos nacionales son quizás los otros elementos más característicos. Unos días antes, Pedro Sánchez celebraba su nombramiento como candidato del PSOE a las generales posando frente una inmensa bandera española. Horas después lo justificaba diciendo que “es la bandera con la que he crecido y por la que ha luchado la generación de mis padres”. ¿De verdad sus progenitores lucharon por ese trozo de tela o por sacar adelante sus vidas y la de sus hijos de la mejor forma posible? Seamos serios. Igual de incomprensibles son los verdaderos enfrentamientos que se generan en muchas localidades por la exhibición de unas u otras banderas en los ayuntamientos, me da igual de qué signo. Centrar el debate en cosas tan abstractas e inútiles significa descuidar otras problemáticas mucho más importantes. Con los himnos, más de lo mismo. Menudo el revuelo que se produjo hace ahora justo un mes con la pitada al himno español en la previa de la final de Copa en el Camp Nou entre Barça i Athletic. Horas y horas de televisión y multitud de artículos hablando sobre aquello; de si se trataba de libertad de opinión o una ofensa, de si los pitos iban dirigidos al Gobierno, al Rey o a todos los españoles, de si se debía sancionar a los clubes…etc. Incluso el presidente Rajoy salió al paso para condenarlo, aprovechando así para desviar la atención de las miserias de su gobierno. Yo la verdad no consigo meterme en la cabeza de los que pitaron y adivinar sus intenciones… y tampoco me importa. Aquel día enchufé la tele para disfrutar de un partido de fútbol y eso es lo que hice.

El verdadero fondo de todo esto es la excesiva importancia que se le da a los denominados “símbolos identitarios”. Un sentimiento desproporcionado que lleva a unos a desear nada menos que su independencia del Estado español (con los enormes perjuicios que esto les traería) y a otros a “españolizar a los niños catalanes”, como decía el exministro Wert (retrocediendo de golpe 50 años en la Historia). Mejor nos iría a todos, unos y otros, si consideráramos las lenguas como lo que son, meros instrumentos para facilitar la comunicación. Mejor nos iría si viéramos las banderas como unos simples trozos de tela y los himnos como simples composiciones musicales, nada más, con el añadido de que ambos han ido cambiando a lo largo de la Historia (lo que nos da una idea de su transcendencia). En definitiva, mejor nos iría si rebajáramos la tensión de esa “cuestión nacional”, la redujéramos casi al absurdo, y centráramos nuestra atención en modelos productivos, desigualdades sociales o garantías de libertades en lugar de hacerlo en banderas, pitos y aldeas.

jueves, 11 de junio de 2015

Malditos Bastardos

Amanecía yo el Miércoles siguiente a las elecciones viendo Los Desayunos de TVE y reconozco que se me atragantó seriamente el croissant: “Es un momento para reflexionar. Las cosas pueden cambiar, como cambiaron en la Alemania previa a las guerras mundiales, en Argentina o en Venezuela” decía Yolanda Barcina en referencia al buen resultado electoral de Podemos y demás asociaciones ciudadanas. Vaya, el tema parece serio, pero bien haría la presidenta del PP navarro en concretar algo más y precisar si la ideología de los de Pablo Iglesias se corresponde a la de Hitler, a la de Perón o a la de Chávez. Lo digo por las “sutiles” diferencias que existían entre ellas y, sobre todo, por el bien de todos los españoles, para que vayamos preparándonos. Horas después era Esperanza Aguirre la que nos lo aclaraba: “Manuela Carmena y Podemos son un peligro para la democracia. Debemos crear un gobierno de concentración en el que esas propuestas de constituir sóviets decaigan”. Perfecto, estamos hablando de comunistas, todo claro. Por la tarde el portavoz del PP Rafael Hernando se paraba en los pasillos del Congreso ante los periodistas y nos alertaba de nuevo: “Podemos es una amenaza para la estabilidad, un partido que quiere volver a la España previa al año 1978”. ¿Ah pero se trata de fascistas? ¿En qué quedamos entonces? Menudo lío. Dos días después la exministra Ana Palacio intentaba ayudarnos a comprenderlo con una reflexión algo más profunda: “Es tiempo de nostalgias. Y la nostalgia puede ser Ada Colau o Podemos, con una idea de Arcadia comunista feliz, o ISIS (grupo terrorista yihadista) por el califato de Córdoba”. Ana Palacio fue ministra de Defensa con Aznar, justo en los años cuando España entró en la Guerra de Irak. Lo puntualizo por si no la conocíais. A principios de esta semana era Rita Barberá la que precisaba que el verdadero peligro venía de los independentistas: “Pedro Sánchez está haciendo un flaquísimo favor a España por esa radicalidad en la que está entrando, haciendo posible que el ámbito de soberanismo independentista catalán llegue hasta el límite de Murcia”. Me preocupa especialmente esta declaración, siendo como soy habitante de Castalla, un pueblo de Alicante. Estaré atento, ya os iré contando. Una advertencia sobre el líder socialista que era respaldada poco después por otro miembro del PP, Carlos Floriano, quien confirmaba que “Pedro Sánchez está optando por la radicalidad y el extremismo”. Y esta misma mañana el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, hablando en RNE sobre seguridad ciudadana y los programas de Carmena y Colau, nos decía que los que vienen son los anarquistas: “Si se llevaran a la práctica algunas de las medidas de esos programas, la convivencia pacífica y libre se vería deteriorada enormemente. Nuestras libertades y derechos no se podrían disfrutar en plenitud”.

Yo no sé a vosotros pero a mí me han convencido. Sean los de Podemos anarquistas, independentistas, terroristas yihadistas, comunistas o fascistas, lo que queda claro es que algo hay que hacer. Los españoles no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Es de agradecer que tanto desde el Gobierno como desde el PP en general nos vayan alertando de que la democracia y las libertades están en serio peligro. Pero hay que dar un paso más, pasar a la acción. Hace unos años Tarantino nos dio una idea en su película sobre la Segunda Guerra Mundial. “No he venido aquí para enseñar a los nazis humanidad. Los nazis no tienen humanidad” le decía con absoluta razón Brad Pitt a sus súbditos, justo antes de empezar a matar alemanes y quedarse con sus cabelleras como premio. Parece cruel pero no es mala opción. Con gente que viene a quemar iglesias, a implantar campos de concentración o a realizar atentados terroristas se debe actuar con la mayor crueldad posible. Yo ya estoy afilando mi cuchillo. ¿Os imagináis el valor que tendría la cabellera de Pablo Iglesias, con esa coleta? Tela.