Cuando pones los pies en la pista del aeropuerto John Lennon de
Liverpool y la lluvia, arrastrada por un viento frío, te golpea en la cara uno
entiende porqué a los guiris les gusta
tanto Benidorm. En realidad es una advertencia: espero que tengas un buen motivo,
Jesús, para querer pasar aquí la Semana Santa.
El autobús cubre los 15 km que separan el aeropuerto del centro de la
ciudad en apenas 25 minutos y automáticamente te haces una idea de lo pequeña
que es. Hay ciudades que te muestran sin ambigüedades lo que son. Que te lo
ponen fácil, vamos. Cuando te das un paseo por Montmartre, entre fantásticas
callejuelas, terrazas, violinistas o pintores, o te encuentras de repente con
la impresionante Sagrada Familia al girar una esquina cualquiera, tan sólo
tienes que abrir bien los ojos para disfrutar de la belleza de Paris o
Barcelona. Casi no hace falta ni pensar. Y luego están las otras, como
Liverpool. En ellas no te queda más remedio que imaginar, rebuscar en tus
pensamientos dónde tendrá el atractivo, o mejor dicho, dónde lo tuvo. Uno trata
de encontrarlo visitando los denominados “lugares de interés”, aquí concentrados
básicamente en tres zonas: el puerto, el centro monumental y las catedrales.
Darse un paseo por el primero puede resultar incómodo debido a las corrientes
de viento que allí se dan, aunque también es cierto que se obtienen bellas
panorámicas, sobre todo en Pier Head y Albert Dock. Se intuye la importancia
que la zona tuvo siglos pasados, en los que la ciudad del noroeste de
Inglaterra basaba su economía en la actividad marítima e industrial, sectores
ahora muy minoritarios. Tampoco está mal la zona histórica, digamos, con sus
edificios del siglo XIX. St. George Hall, The Walker Art Gallery o The Central
Library transmiten historia y le dan algo de elegancia a la ciudad. Y otro de
los lugares que merece la pena visitar es la catedral anglicana, una de las más
grandes del mundo. Asombrosa por fuera y por dentro, ofrece además un agradable
paseo por el jardín-cementerio que la rodea. El fútbol es, junto a la música, la gran pasión de los liverpoolianos. El estadio del principal club de la ciudad, Anfield Road, es uno de los que más historia europea tiene en el continente, y aún hoy presume de un gran ambiente en los partidos. Al menos eso dicen, porque con las gradas vacías a uno le deja algo frío.
Una vez recorridos los puntos más turísticos de la ciudad (es suficiente con
una tarde, por cierto), uno se pregunta si Liverpool ha sido alguna vez
consciente de todo lo que le debe a los Beatles. Para conocer de verdad su
historia hay que visitar el museo que les rinde homenaje, en Albert Dock, junto
al río Mersey. Mientras paseas por los diferentes espacios que recrean los
lugares en los que el cuarteto se iba haciendo grande, con multitud de
fotografías y objetos originales, un audio-guía (disponible en diferentes
idiomas, entre ellos el castellano) te va narrando con curiosas anécdotas su trayectoria,
desde la infancia de los protagonistas hasta la disolución del grupo,
incluida una última habitación dedicada a sus carreras posteriores en
solitario. Merece la pena. Para seguir soñando despierto, nada mejor que
disfrutar del Magical Mystery Tour, un recorrido de unas dos horas en autobús
por todos esos lugares para disfrutarlos de verdad, en primera persona. Suenan She loves you,
Here comes the sun o Love me do,
entre otras, y entre ellas el guía nos va explicando la historia de las calles por donde pasamos.
Nos dice que los suburbios donde se criaron Starr y Harrison contrastaban con
los barrios acomodados de donde salieron Lennon y McCartney. Y así lo
confirmamos cuando bajamos a ver las casas de cerca. Nos explica que la de este
último tiene su lugar reservado en la historia de la música, puesto que era
allí donde cada día al salir del instituto se reunían los jóvenes John y Paul
para componer sus primeros temas. También hacemos sendas paradas en Penny Lane,
un tranquilo barrio donde destacan sus enormes y verdes parques, y en
Strawberry Fields, un antiguo orfanato, ambos lugares que sirvieron de
inspiración para dos de sus mejores canciones. El tour finaliza, cómo no, en
Mathew Street, la calle más animada de la ciudad con sus numerosos pubs, entre
ellos The Cavern, donde todo empezó. Y es allí, tomando una pinta de cerveza y
escuchando los acordes de Get Back, cuando
uno se emociona de verdad. Son las estrechas escaleras, el ladrillo caravista
de las paredes, las fotos y objetos firmados en las vitrinas, el diminuto
escenario del fondo. Y el recuerdo. El recuerdo de lo que aquello fue en los años 60.