Uno tiene la sensación de que a menudo le toca
escribir sobre debates que ya deberían estar superados desde hace tiempo.
Problemas anacrónicos, a priori propios de otras épocas, pero que la ignorancia
(o maldad) del ser humano los convierten en pura actualidad. Es el caso del
maltrato animal, y más en concreto, su manifestación en festejos populares
alrededor de toda España. Por desgracia no nos
encontramos solamente ante uno solo caso. Ni dos. Ni tres
Si hay uno que está estos días en boca de todo el
mundo es el del Torneo del Toro de la Vega. Se celebra a mediados de Septiembre
en Tordesillas, como parte de sus fiestas patronales. Consiste en la
persecución de un toro por picadores y lanceros, desde la plaza del pueblo hasta
la vega del río Duero, donde tratan de dar muerte al animal. El “afortunado”
que lo consigue regresa al pueblo con el rabo del toro prendido en su lanza. Sí,
en pleno 2015 esto forma parte de los festejos de una localidad española. Y es
su acto principal, nada menos. El maltrato al toro es el acto “estrella” dentro
de nuestras fronteras, con los numerosos toros embolados o las intocables (salvo
Cataluña, que las prohibió en 2010) corridas de toros como festejos más
habituales. Incluso se alardea de ellas como “marca España”, ahí es nada. Las
corridas de gansos, en Carpio del Tajo (Toledo), los “Patos al Agua” de Sagunto
(Valencia) o las peleas de gallos que se montan en multitud de lugares son
otros ejemplos. Poco parece importar el artículo 3 de la Declaración Universal
de los Derechos de los Animales, aprobada por la ONU en 1978, que sentencia: “Ningún
animal será sometido a malos tratos ni actos de crueldad”. La mayor vergüenza
no es el sufrimiento propio del animal. Que también. Lo verdaderamente escandaloso es el hecho de hacer fiesta a costa de la muerte de un ser vivo (como nosotros) toda
la parafernalia que lo rodea y la sensación de gozo de los presentes. Es
repugnante. Los verdugos tienen varios argumentos para defender sus
atrocidades. Repiten a menudo que todos comemos carne y nadie se tira las manos
a la cabeza. No me sirve. El hombre es el último eslabón de la cadena alimenticia,
así lo ha querido la evolución, y no hay porqué renegar de ello. Respetando la
libertad de aquellos que rechazan consumir cualquier alimento proveniente de
animales, los que sí lo hacemos no debemos sentirnos culpables en absoluto. Otro
argumento recurrente es que se trata de tradiciones, con siglos de antigüedad,
y no se puede acabar con ellas. Tampoco sirve. No es motivo de peso por ningún
lado. Ha habido tradiciones horribles a lo largo de la historia, la mentalidad
del ser humano ha evolucionado y se ha acabado con ellas. Punto final.
Que quede claro que aceptamos nuestro papel de especie
dominante en la Tierra, así nos ha tocado, pero no para estas cosas, coño. ¿Pero
quién nos hemos creído que somos? ¿Es que el ser vivo más inteligente del
planeta no sabe divertirse de otras formas? ¿Cuántos animales más tendremos que torturar para darnos cuenta? El hombre está lleno de luces, muchas
de ellas fascinantes, pero también de sombras, que dejan al descubierto nuestra cara más prepotente, mezquina y cruel. Como esta. La sombra del diablo.
¡Es triste divertirse con las torturas a un animal!
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