
En
el mundo del baloncesto tenemos muchos. Tracy McGrady es uno de los más
evidentes. Ya en su época de Instituto, aquel chico de Barlow, Florida, dejaba
muestras partido tras partido de su enorme talento. Un alero de 2,03 que podía
hacer de base sin ningún problema. Es más, excepto de pívot, era capaz de jugar
en cualquiera de las otras cuatro posiciones del campo. En aquella época, segunda
mitad de los 90, ya empezaba una tendencia insólita hasta el momento y cada vez
más frecuente de allá en adelante: el hecho de que chicos de 18 años se
presentaran como elegibles en el Draft de la NBA, sin necesidad de pasar por la
Universidad. Futuras estrellas como Kobe Bryant o Kevin Garnett, entre otros, desmontaron
el mito de que era necesario madurar en las Universidades antes de dar el salto
al profesionalismo. McGrady tomó idéntico camino, siendo elegido en la novena
posición del Draft’97 por los Toronto Raptors. Allí pasó sus tres primeros
años, y ya desde el primer día dio muestras de su calidad a pesar de su
juventud. Sin embargo, le tocó vivir a la sombra de un jugador con mucho más cartel
mediático, Vince Carter, que curiosamente era primo hermano suyo. De esta
forma, durante esas temporadas Tracy se sentía limitado, tanto en minutos como
en protagonismo sobre la cancha, y en 2000 decidió volver a casa, a Florida, y
fichó por los Orlando Magic. Fue allá donde explotó definitivamente, en un
equipo joven donde él era el absoluto líder. Sus puntos por partido se
dispararon por encima de los 25, llegando a ser máximo anotador de la liga dos
años consecutivos, en 2003 y 2004. Sin embargo, la falta de calidad de la
plantilla evitaba año tras año que pasaran la primera ronda de Playoffs. En
verano de 2004 McGrady, ya harto de la situación, pidió el traspaso a una
franquicia con más posibilidad, y así fichó por Houston Rockets. Junto al pívot
chino Yao Ming, el equipo parecía tener mejores mimbres, pero cada temporada la
situación se repetía, y pese a que sus cifras individuales seguían siendo
buenas, Tracy veía con frustración cómo siempre eran eliminados a las primeras
de cambio en las eliminatorias por el título. Además, a partir de la Temporada
2008-2009 las lesiones en las rodillas empezaron a ser cada vez más
recurrentes, limitando su rendimiento, y poco a poco su estrella se fue
apagando. Sus últimos años fueron un continuo intento sin éxito de recuperar su
mejor versión, y tras pasos efímeros por Nueva York, Detroit, Atlanta, San
Antonio e incluso la liga china, se retiró en 2013 con apenas 35 años y sin
hacer mucho ruido. De esta forma, un jugador con un talento y capacidad
anotadora fuera de lo normal, terminó dejando una huella mucho menor de lo que
apuntaba, y nunca estuvo ni siquiera cerca de conseguir triunfos colectivos.
Falta de calidad en sus equipos, lesiones y un cierto carácter apático e
individualista se interpusieron en su camino. Dos anécdotas me vienen a la
cabeza al pensar en él: la admiración que le tenía el gran Andrés Montes (suya
es la famosa frase “¿por qué eres tan bueno, McGrady?”) y los 13 puntos en 33
segundos que le endosó a los Spurs para remontar y ganar un partido de 2004, en
un final apoteósico. Tremendo.
Otro
ejemplo claro en baloncesto es el de Allen Iverson. Criado en el estado de
Virgina, el joven Allen era un chico problemático. De carácter conflictivo,
solía involucrarse con sus amigos en peleas y trifulcas. Incluso pasó unos
meses en un correccional. A pesar de todo ello, el entrenador de los Hoyas de
Georgetown, prestigiosa Universidad de Washington D.C., maravillado por los
partidos que le vio en el Instituto, decidió darle una oportunidad y le ofreció
una beca. Sus dos años allí se resumen fácil: terminó como el máximo anotador
de la historia de Georgetown. En verano del ’96 los Philadelphia 76ers lo
eligieron en la primera posición del Draft, y allí permaneció una década en la
que se consagró como uno de los mayores ídolos de la ciudad de la costa Este.
Iverson era un pequeño milagro dentro de la NBA. Apenas pasaba del 1,80 m. de
estatura, pero eso no le impedía dominar los partidos de principio a fin. Y eso,
en un deporte donde el físico es tan importante, es decir mucho. Hasta ese
momento no se había visto nada igual. Esa falta de centímetros lo suplía con
una velocidad, habilidad y lanzamiento a canasta sencillamente excepcionales.
Guiados por Iverson, los 76ers fueron creciendo poco a poco, y el entrenador
Larry Brown logró armar un equipo duro y disciplinado en defensa, para dejar
total responsabilidad a su estrella en ataque. Quizás demasiada. Y es que en
sus 10 temporadas en Philadelphia nunca dispuso de un equipo con demasiada
calidad. Eso no evitó que el de Virgina les llevara a ser campeones de la
Conferencia Este y por lo tanto finalistas de la NBA en 2001, final que
perdieron contra los Lakers. Esa 2000-2001 fue el punto álgido de su carrera,
ya que también logró el premio a MVP de la temporada regular. A partir de ahí
llego la cuesta abajo y cada vez era más noticia por sus declaraciones o actos
de indisciplina que por su juego. En 2006 fue traspasado a los Denver Nuggets,
donde se juntaría con otra estrella de la liga, Carmelo Anthony, pero aquel
equipo nunca funcionó. Sus últimos años fueron idénticos a los de McGrady,
prácticamente deambulando por la liga, pasando por Detroit, Memphis, un regreso
fugaz a Philadelphia y una aventura en Turquía, donde se retiró en 2011.
También
en el mundo del tenis tenemos muchos ejemplos. El primero que me viene a la cabeza
es el español Fernando Verdasco. El tenista madrileño dispone de una de las
mejores zurdas del circuito y su talento está fuera de toda duda. Sin embargo,
su fragilidad mental es y siempre ha sido su mayor hándicap. Y eso, en un
deporte con tanto desgaste psicológico como el tenis, se paga caro. Capaz de
mostrar lo mejor y lo peor de sí mismo en un mismo partido, su irregularidad,
facilidad para desconcentrarse y la pérdida de nervios en momentos puntuales
evitaron que se pudiera establecer entre los mejores del mundo, aunque en 2009
llegó a estar 7º en el Ránking ATP. Ese fue su mejor año, y en él nos dejó un
partido para la historia. Fue en cuartos de final del Australian Open y el
rival era su compañero y amigo Rafa Nadal. Yo aún lo recuerdo. Fueron 5 horas y
14 minutos (récord histórico de dicho torneo) de auténtico espectáculo y el
6-7, 6-4, 7-6, 6-7 y 6-4 final no deja lugar a dudas. Aquel partido lo acabó
perdiendo, pero sirvió para que todo el mundo fuese testigo de su tremenda
calidad y disfrutara de uno de los mejores partidos de la historia del tenis.
Otro
tenista que pudo haber sido mucho más de lo que fue es el ruso Marat Safin. “El
gigante tártaro” era una mezcla perfecta de talento y potencia. Con un físico
envidiable de 1,95 m., disponía de uno de los saques más potentes del mundo,
llegando incluso hasta los 230 km/h, pero no solo era eso, ya que a pesar de su
gran tamaño disponía de una gran movilidad sobre la pista y mucha calidad. Sus
primeras temporadas fueron tremendas. En el año 2000 ganó el US Open, el
primero de los dos Grand Slams de su carrera (el segundo fue el Australian Open
en 2005), y eso le sirvió para alcanzar el nº 1 del ATP con 20 añitos. Tenía
potencial para haber marcado una época, pero no era todo oro lo que relucía. Su
fuerte temperamento le llevaba fácilmente a perder los nervios (se dice que
rompió unas 700 raquetas), y además le gustaba demasiado salir por la noche.
Poco a poco su rendimiento fue descendiendo y acabó retirándose en 2009, sin ni
siquiera haber cumplido los 30 años.
En
el mundo del ciclismo debido al enorme desgaste que requiere su práctica, tanto
físico como mental también tenemos muchos casos. Hay dos muy significativos
para mí, el de dos escaladores. Marco Pantani e Iban Mayo. El del italiano
podría parecer discutible el considerarlo como una decepción, puesto que sí
consiguió llegar a la cima y con cierto éxito. Ganó un Giro de Italia y un Tour
de Francia, los dos en 1998, pero repasando su carrera y viendo su facilidad
para las etapas de alta montaña, podría haber dejado un legado mayor. Sus dos
primeros años como profesional ya prometían, con pódiums y etapas en Giro y
Tour (en este además ganó los dos años la clasificación a mejor joven), y una
medalla de bronce en el Mundial en ruta de 1995. Cuando su carrera parecía
despegar llegó el primer revés: un grave accidente al chocar con un coche que
le produjo una doble fractura en su pierna que a punto estuvo de provocar su
prematura retirada. Sin embargo logró volver, y de qué manera. Del 1997 al 1999
se pudo ver al mejor Pantani. En esas tres campañas consiguió numerosas
victorias, destacando varias etapas en Giro y Tour, ganando incluso la
clasificación general de ambos en 1998. El año siguiente iba camino también de
éxito rotundo, hasta que llegó su verdadero punto de inflexión. A pocas etapas
de terminar el Giro de 1999, el cual dominaba con autoridad y donde había
ganado cuatro etapas, dio positivo por EPO y descalificado de inmediato. A
partir de ese momento la sombra del dopaje voló siempre sobre él y, pese a dos
etapas más en el Tour de 2000, sus cuatro últimos años fueron para olvidar, ya
totalmente desmotivado. Por si fuera poco, su vida tuvo el final más trágico
posible. En Febrero de 2004 fue hallado muerto en un hotel de Rimini, Italia, a
la edad de 34 años y en circunstancias muy extrañas.
También
escalador era el vasco Iban Mayo. Al igual que el italiano, poseía unas
cualidades innatas para las etapas de alta montaña. De complexión delgada, se
caracterizaba por una gran habilidad sobre la bicicleta, facilidad asombrosa
para los cambios de ritmos y esa valentía y determinación de todo gran
escalador. Debutó como profesional en 2000 en el equipo de su tierra, Euskaltel-Euskadi,
aunque su gran temporada fue la 2003. Ganador de la Vuelta al País Vasco, donde
ganó 3 etapas, y otras 2 más en la Dauphiné Libéré, llegaba en forma al Tour de
Francia, y así lo demostró. En una etapa para el recuerdo, Mayo consiguió la
victoria más prestigiosa de su carrera, con una exhibición en la ascensión al
mítico Alpe d’Huez, superando con facilidad al mismísimo Lance Armstrong.
Además, terminó en la clasificación general en un meritorio 6º puesto.
Asombrado por su capacidad, a partir de ese momento el mundo del ciclismo le
puso el listón muy alto, y lo consideró como uno de los candidatos a terminar
con la hegemonía del americano en la ronda gala. Sin embargo, durante los tres
años posteriores las caídas, enfermedades y su fragilidad mental provocaban que
sus participaciones en el Tour terminaran en decepción, a pesar de que siempre parecía
llegar en buen momento por sus buenas actuaciones en la Dauphiné, su carrera
fetiche. Así, a finales de 2006, y tras enfrentamientos con la dirección de
Euskaltel por su bajo rendimiento, no se llegó a un acuerdo para su renovación
y fichó por Saunier Duval. El 2007 parecía el año de su resurgir, ganando
incluso una etapa en el Giro con una gran escapada. Pero, al igual que Pantani,
la sombra del dopaje se interpuso en su camino. Justo al terminar el Tour,
donde terminó 16º, se dio a conocer su positivo por EPO. Irregularidades con la
muestra B del análisis, alargaron el proceso, pero finalmente un año después,
en Agosto de 2008 y pese a que la Federación Española exculpó al corredor por
dichas irregularidades, el TAS le condenó a dos años de sanción por dopaje. Al
conocerse la noticia Mayo, desencantado con el sistema y totalmente ya
desmotivado, decidió retirarse con apenas 30 años, dejando su nombre como un
ejemplo más de deportista que pudo haber sido… y no fue.
En tenis crec que el cas mes clar d'estrella a mitad de camí es Michael Chang (el hombre que llegó a desquiciar a Lendl). Jugador mes jove en guanyar Roland Garros i que a partir d'ahi poc a poc va anar a menos
ResponderEliminar