
La cada vez más
deteriorada relación entre Luis Enrique y Leo Messi estalló definitivamente el
pasado fin de semana. En el entrenamiento vespertino del Viernes, el crack le
recriminó al técnico que no le pitase una falta durante el partidillo, y ambos
se engancharon en una fuerte discusión. Cuentan que algún peso pesado tuvo que
mediar para que la cosa no fuese a más. El Domingo, Luis Enrique decidió dejar
a Leo en el banquillo de Anoeta, y al argentino no le sentó nada bien. Al día
siguiente, el jugador se borró del entrenamiento a puertas abiertas simulando
una gastroenteritis. Pero todo esto sólo ha sido la punta del iceberg. Desde
hace ya un tiempo la relación entre ambos se ha venido complicando. La manera
autoritaria que tiene el asturiano de llevar un vestuario parece no haber
sentado bien a la estrella, de carácter ya de por sí muy delicado, quien además
no soporta a algunos integrantes del staff técnico, sobre todo al psicólogo. Luis
Enrique ya tuvo problemas en la Roma cuando decidió sentar en varios partidos a
la leyenda romana Totti. Y es que parece que en su metodología está el tratar a
todos por igual. Se llame como se llame. En principio, puede parecer la
estrategia adecuada y la más justa, pero cuando en tu equipo tienes a un mito,
uno de esos jugadores que salen cada 50 años, la cosa cambia. Y a lo mejor lo
más inteligente es crear todas las condiciones para que el mito esté a gusto.
Porque con él a gusto, los triunfos llegarán, y con ellos la felicidad de mucha
gente. Guardiola, por ejemplo, lo entendió perfectamente y con él se vio al
mejor Messi. También lo entendieron en Chicago, en los años 90, cuando disfrutaban
del posiblemente mayor mito de la historia del deporte. Michael Jordan era conocedor
y daba su consentimiento a todas y cada una de las decisiones que se tomaban en
la franquicia de Illinois, pero hay una anécdota en concreto que lo escenifica
muy bien. Fue durante la noche del Draft del año 1997. Jerry Krause, General Manager de los Bulls, consciente de la veteranía de aquella plantilla,
estaba decidido a hacer algún movimiento con tal de rejuvenecerla, pensando en
el futuro. La decisión estaba tomada. Enviarían a Scottie Pippen (32 años) a
los Toronto Raptors, a cambio de la cuarta elección del Draft, que pensaban
utilizar en el prometedor Tracy McGrady. Pero cuando todo estaba listo, una
llamada de Jordan, amenazando con la retirada si traspasaban a su mejor amigo,
dio al traste con la operación. Aquella temporada, con Jordan y Pippen al
mando, los Chicago Bulls ganarían su sexto anillo de la NBA.
Con todo esto no quiero decir que esté en contra de la disciplina y autoridad de entrenadores o directivos. Más bien lo contrario, con el 99,9% de los jugadores se deben aplicar, sobre todo para la buena dinámica del grupo y que nadie se sienta discriminado. Pero no con las leyendas. Salen muy de vez en cuando y las debemos cuidar. Curiosamente además, en sus vestuarios no suele pasar nunca nada, porque sus compañeros (como ocurre en este Barça y ocurría en aquellos Bulls) son los primeros que aceptan el status de su estrella y sus privilegios. Porque se los ha ganado. Y si la estrella sigue a gusto, ellos ganarán. Y ganaremos los aficionados, los verdaderamente importantes en este negocio. Y es que, no lo olvidemos, la gente que ama el deporte en todo el mundo lo hace por mitos como Leo Messi o Michael Jordan, y no por los entrenadores o directivos de turno. No matemos al mito.
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