Cansado. Esa fue la primera palabra de Pablo Iglesias
en el programa de Salvados del pasado Domingo, nada más entrar al coche donde
lo esperaba Albert Rivera. Quizás fue un error estratégico el manifestarlo,
pero define bastante bien lo que fue su intervención. Al menos en gran parte
del debate. Al de Ciudadanos, por el contrario, se le vio mucho mejor en imagen
(más fresco y llevando en todo momento la iniciativa) pero también en
contenidos, concretando mucho mejor sus propuestas que su rival.
Escenificando la nueva manera de hacer política que
ambos partidos se obsesionan por abanderar, el debate huyó del clásico entorno
del plató de televisión, con todo
controlado y pactado, y se situó en un humilde bar de un barrio obrero
de Barcelona. Y no sabemos si por el hecho de estar jugando en casa o no, el catalán
empezó como un tiro. Dando la sensación de haberse preparado mucho mejor el
duelo, tiró de coherencia al defender su contrato único para acabar con la
actual temporalidad, al garantizar sólo los servicios básicos sanitarios para
todos (como exige la OMS y hacen los países del entorno), al negarse a rebajar
la edad de jubilación por su imposibilidad económica o en su intención de
reunirse e intentar llegar a acuerdos con todos los sectores por el bien del
país, incluso con los grandes empresarios o banqueros. Llegó incluso a tener
contra las cuerdas a Iglesias en dos ocasiones; al acusarle de sólo centrarse
en repartir miseria en lugar de creer riqueza o cuando le preguntó de dónde
sacarán los 115.000 millones de euros necesarios para su plan de renta básica,
cuestiones ambas a las que Iglesias no supo responder.
Y es que el líder de Podemos transitaba entre la falta
de concreción y la demagogia. Coincidió con Rivera en que hay que acabar con la
temporalidad en los contratos pero no definió su alternativa cuando Évole le
preguntó. En dos momentos de pura exaltación prometió Seguridad Social para
todos (incluso a los “sinpapeles”, dijo) y planteó la idea de jubilarnos a los
60-63 años, ignorando al parecer la
enorme cuantía económica de ambas medidas. Y sacó su lado más demagogo al
criticar la reunión que mantuvieron hace poco el presidente del BBVA y Albert
Rivera, al afirmar que la gente sacará sus propias conclusiones, y que ellos por
el contrario siempre estarán del lado de la gente, no de la casta. La
superioridad era evidente, llegando al punto de una sorprendente abdicación de
Iglesias, cuando aceptó la impresión que le planteó Rivera sobre las dudas que
tiene mucha gente en que Podemos consiga cuadrar las cuentas. También hubo
coincidencias, como la idea de volver a adaptar las pensiones al IPC, el
rechazo a que los alcaldes y concejales puedan asignarse el sueldo que les
venga en gana, la propuesta de acabar con las condonaciones de deuda de los
bancos a los partidos políticos para no depender de sus intereses o la
necesidad de investigar a fondo el fraude de las SICAP, un importante agujero
fiscal.
Fue en el tramo final donde se recuperó el de Podemos.
Defendió la idea de nacionalizar empresas de sectores estratégicos sólo si
estas no establecen precios razonables para la gente (lo dice la propia
Constitución) y dejó en evidencia a su rival acusándolo de populista cuando
éste los volvió a comparar con el comunismo, Cuba o Venezuela, en un grave
error del de Ciudadanos. En la “cuestión catalana” también se le vio más
coherente: ofreció seducir a los independentistas para que se queden en España, dándoles
en última instancia la oportunidad de elegir libremente (sí al referéndum),
mientras Rivera también apostó por intentar convencerles pero diciendo que al
final seguirán siendo españoles, convencidos o no, y sin referéndum, lo cual no
se acaba de entender. Brillante estuvo Iglesias cuando insinuó que con ellos en
el poder y no el PP, muchos catalanes estarían más cómodos y no se querrían
marchar.
Pero pese a ese intento de remontada final, la victoria ya estaba decantada
del lado de Albert. Hablábamos antes del cansancio de Pablo, y quizás no se trate del todo de eso y sí de moderación… la
nueva estrategia de Podemos. Cambio de rumbo lógico por otra parte, viendo que “el
centro” es el espacio que hay que conquistar si se quiere gobernar en España.
Pero Pablo Iglesias moderado no es Pablo Iglesias. Gana mucho con la vehemencia
de su discurso y pierde magia a medida que sus propuestas se vuelven más
sensatas. Curioso. Y preocupante para ellos. Podemos fue un fenómeno cuando
irrumpió porque supo hacer suya toda la indignación de la gente con la forma de
actuar de los partidos tradicionales, con el 15-M como punto álgido. Lideraron con
brillantez aquella fase de denuncia, pero ahora nos encontramos en la
siguiente, la de las propuestas para gobernar, y ahí afloran sus debilidades.
La gente ya tiene claro lo mal que lo han hecho los políticos; ahora quiere ver
soluciones, y parecen mucho más sensatas las de Ciudadanos, como así lo
demuestra las últimas encuestas. Su ascenso (y consecuente descenso de Podemos)
es hasta cierto punto lógico, teniendo además una figura mediática como la de Albert
Rivera. A dos meses para las generales, pintan bastos por tanto para los de
Pablo Iglesias. Su resultado dependerá en gran medida de hasta qué punto podrán
concretar o no sus propuestas (y hacerlas viables). Deberán dar un paso más en
su intento de moderación. Intentar pasar de las utopías a las realidades.
