Pero lo más interesante estuvo en el fondo del mensaje. El acuerdo inicial estipulaba dialogar sobre un único tema, el de los refugiados, pero pronto salieron otros muchos más, ninguno de ellos rechazados por el Papa a excepción de uno: la mediática exhumación de los restos de Franco. Se agradece, por otra parte. En cuanto al asunto protagonista se le vio seguro, convencido de lo que decía, incluso reivindicativo en ocasiones. Avergonzado por el trozo de concertina del muro de Melilla que Évole le trajo de España, criticó al gobierno español por tener parado al barco Open Arms en el puerto de Barcelona, a Trump por su idea de levantar el muro con México ("el que construye un muro termina prisionero de él", dijo) o a Europa por su reticencia a recibir refugiados ("la madre Europa se volvió abuela") recordando la migración de miles de europeos a América Latina huyendo de las guerras ocurridas durante el siglo XX. Es en realidad una posición coherente con la palabra de la Iglesia: amor al prójimo, al necesitado, al diferente. Insinuó también que el capitalismo salvaje tiene mucho que ver en todo esto, así como la venta de armas occidentales a países de zonas de conflicto (España a Arabia Saudí, por ejemplo) y cuando la blanca sotana iba tomando cada vez más un tono morado más propio de algún partido español, Évole puso otros asuntos sobre la mesa.
Y ahí se vio la cara más reaccionaria del Papa, de la Iglesia. Quizás el ámbito de las libertades de los ciudadanos sea donde más camino les quede aún por recorrer. En él se reflejan sus principales contradicciones. Porque si esto va de amar a todos vengan de donde vengan y sean como sean a ver quién entiende lo de los homosexuales. Se lió tanto al tratar de explicar su postura que incluso recurrió a conceptos como "psiquiatra" o "problemas mentales". Tampoco le volvió la lucidez al hablar del aborto, acto que equiparó con el de "contratar a un sicario", ni de la poca presencia de la mujer dentro de la Iglesia, de la que dijo un "no es suficiente con darle funciones" que cuesta entender.
Sí en cambio se mostró rotundo y autocrítico con otros tres temas polémicos: los abusos sexuales dentro de la Iglesia, las exenciones fiscales o los aún muchos lujos que existen en la institución. Reconoció la (hasta ahora) opacidad y arrepentimiento sobre el primero, aunque se felicitó de que cada vez más salgan a la luz y las víctimas los sigan denunciando. Se posicionó a favor de que la Iglesia española pague todos los impuestos que le correspondan como ya lo hace la italiana, y volvió a rechazar una vez más los lujos y la ostentación aún existentes: "Ojala una Iglesia más pobre, más parecida al pueblo", dijo. Pero reconoció que cambiar mentalidades y formas de proceder lleva su tiempo, al igual que el símil que utilizó: cuesta más evitar que se genere suciedad que simplemente limpiarla con la escoba.
En definitiva, si la Iglesia católica desea tener un papel protagonista en el siglo XXI tendrá que revisar muchas de sus posiciones y actitudes más arcaicas. Pero también los ciudadanos preguntarnos si estamos siendo justos con ella. Porque en este juicio continuo al que la sometemos, creer que "la palabra de Dios" versa únicamente sobre Franco, el aborto, la homosexualidad o los abusos sexuales como parecen querer hacernos ver los medios de comunicación es ponernos una venda en los ojos. O al menos en uno de ellos. Algún día tendremos que hablar de Cáritas, Manos Unidas o alguna de esas misiones de ayuda al desarrollo que se llevan a cabo por todo el mundo, ¿no? Seria lo deseable, aunque tengamos que hacerlo con palabras tranquilas, sosegadas y cercanas. Como las de un padre a un hijo.
Imagen de la entrevista de Jordi Évole al Papa Francisco (Atresmedia).
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