"Las críticas no serán agradables, pero son necesarias". Winston Churchill.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Orgullo y prejuicio


Viajar te aporta muchas cosas pero la superación de ciertos prejuicios es una de las más necesarias. Las opiniones que nos formamos de las cosas bien por imaginación propia, por lo que nos muestran en la tele o simplemente "por lo que oímos por ahí" conforman el mundo que creemos que existe... pero ni mucho menos te acerca al de verdad. En la mayoría de casos incluso te aleja de él. Alguien que ha estado en Colombia o Argelia sabe de lo que habla. Al final uno sólo cree lo que quiere creer... y mucha gente es feliz así. Pues que así siga. Pero si pretendemos conocer la realidad deberíamos dudar, preguntar, investigar o viajar mucho más de lo que lo hacemos, y dejar los prejuicios de lado.

Seguramente al pensar en Irlanda nos venga a la cabeza lluvia, aburrimiento y calles desérticas. Nada de eso ofrece, al menos, su capital. Al pasear por el corazón de Dublín a uno casi se le olvida que se encuentra en las islas británicas. Si apenas caen cuatro gotas durante los tres días del viaje y en ocasiones incluso luce el Sol entonces el olvido ya es total. Las calles del centro además es que invitan a disfrutarlas. En ellas predominan los peatones y escasean los vehículos, aunque en ningún momento te sientes asfixiado de gente, ni siquiera en una mañana de Domingo. Quizás la ausencia de altos edificios de viviendas (tan típico, esto sí, de las ciudades británicas) que concentre a mucha población en poco espacio tenga mucho que ver, aunque también (seguro) el hecho de que no sea una ciudad masificada de turistas.

Además de la densidad de población, a la tranquilidad del paseo ayuda en gran medida la existencia de calles completamente peatonales y otras con amplias aceras y estrechos carriles para el tráfico, en el cual predominan autobuses, taxis y el tranvía. No sabemos si "la Carmena irlandesa" tendrá que aguantar también tantos reproches. El buen clima a nosotros nos sorprende, pero residentes de allí nos cuentan que es mucho más el mito que otra cosa: no llueve tanto como dicen. Y tampoco hace tanto frío, aunque el viento que sopla a ambos lados del río Liffey no da un respiro, eso sí.

Pero pasear por el centro de Dublín es muy agradable. Mucho que ver tiene también las numerosas actuaciones musicales que uno se va encontrando. La buena fama de la que goza la música británica sí podemos decir que esté justificada. Porque no sólo en el interior de los pubs se puede disfrutar de magníficos directos. Otro atractivo son los parques que ofrece la ciudad, desde el gigantesco Phoenix Park (no muy alejado del centro, curiosamente) hasta otros muchos más pequeños, como el Saint Stephen's Green, que nada más entrar te sorprende por lo verde y cuidado que está. Casi dan ganas, como buen español, de arrancar cuatro hojas y tirarlas por el suelo.

           

                   

En cuanto a la arquitectura, el estilo victoriano es por supuesto el que predomina, con castillos y catedrales que aparecen casi en cada esquina, aunque pocas con la belleza y encanto del Trinity College, la institución que constituye en exclusiva la Universidad de Dublin y que desde 1592 acoge a miles de alumnos cada año. Ese fantástico ambiente estudiantil parece extenderse a toda la ciudad, porque la capital irlandesa es, podríamos decir, una ciudad juvenil. Sólo hace falta salir un día cualquiera al atardecer para comprobarlo. Esa red de callejuelas empedradas, con jóvenes que salen y entran de las decenas de pubs, con decoración típica irlandesa en su exterior y buena cerveza y fantástica música en su interior, forman un ambiente que quizás sea el mayor atractivo de la ciudad.

Sólo existe un problema: que los jóvenes no suelen tener mucho dinero. Porque Dublín es una ciudad cara. Cuando te piden 5 euros por dos botellas de agua, 8 por una pinta de cerveza (un Sábado en el Temple Bar, de acuerdo) o 25 por entrar a la fábrica de Guiness es cuando te alegras de vivir en un pueblo del interior de Alicante. Pero claro, sólo del agua puedes disfrutar en tu día a día. Tampoco es fácil encontrar un sitio donde comer bien a un precio razonable (en eso sí que les ganamos), aunque ir con alguien que ya conozca la ciudad es una gran ventaja. En The Bank on College Green, un antiguo banco transformado en un coqueto restaurante, puedes almorzar casi de todo, desde un potente y calórico irish breakfast hasta un saludable revuelto de huevos y verduras.

En definitiva, si hay una pega que ponerle a Dublín es sólo haber podido disfrutarla un fin de semana. Sin embargo, más que suficiente para volver a casa, dejar la maleta en la cama y sonreír, con orgullo, por haberte sacado de encima algún que otro prejuicio más.

                 

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