"Las críticas no serán agradables, pero son necesarias". Winston Churchill.

martes, 5 de febrero de 2019

Cosas de rusos


Este mediodía en Al Rojo Vivo (La Sexta), Antonio García Ferreras le preguntaba a Fernando de Páramo (Ciudadanos) por la situación de los políticos catalanes presos de cara al inminente juicio del Procés: "que se lo hubiesen pensado antes de saltarse la ley", respondía el secretario de Comunicación del partido naranja. Lo dice días después de que Albert Rivera fuera de los primeros en reconocer como presidente de Venezuela a Juan Guaidó, quien se autoproclamó la semana pasada por cuenta propia, sin ninguna validez legal. Político y coherencia deberían ser casi sinónimos. Porque, ¿qué es lo mínimo que esperamos de alguien a quien depositamos nuestra confianza? Ya no que no metan la mano en la caja al llegar al poder o que no caigan en tentaciones de comisiones o sociedades offshore. Eso ya lo damos por imposible. Tan sólo les pedimos que hagan lo que dicen, que no se contradigan, que sean coherentes. Qué fácil, ¿no? Pues no lo es tanto.

Podemos, como Ciudadanos, también llegaba para hacer las cosas de otra manera. El "no parecerse a los dos partidos del bipartidismo" era en lo único que coincidían, pero en esto de las contradicciones parece ser que también. Porque a ver qué nombre que no sea ese tiene el abogar en sus inicios por ser transversales, buscar alianzas de todos lados, no etiquetarse como "la izquierda de siempre",...etc y ahora prácticamente expulsar del partido a Íñigo Errejón por hacer todo eso con Manuela Carmena y la plataforma Más Madrid. Puede sorprender semejante volantazo, aunque no tanto si pensamos en su secretario general y su portavoz en el Congreso, quienes tras alentar a todos en el hemiciclo a parecerse más a la calle, a vivir como cualquier ciudadano corriente o a reducirse el sueldo van y se compran un chalet de 600.000 € y 270 metros cuadrados... porque quieren tener familia, dicen. Y es que de todos es sabido que una familia numerosa no puede vivir en un piso de 100 metros cuadrados.

Quizás no haya mayor incoherencia que irse de una organización porque no te quieren y volver meses después para tratar de liderarla. Pues eso es lo que hizo el actual presidente del Gobierno con el PSOE. Pero es que la posición de los socialistas es a menudo incomprensible. Primero las autoproclamaciones de los independentistas en el Procés sí eran rebelión, después no porque no lo llevaron a cabo militares. Primero no se debían vender armas a una dictadura como Arabia Saudí bajo ningún concepto, después sí porque había 6.000 puestos de trabajo en juego. O primero se iban a convocar elecciones cuanto antes, después no porque hay que agotar las legislaturas.

Esto último es precisamente lo que se le recrimina una y otra vez al presidente desde el PP: la obsesión de Sánchez por aferrarse al poder sin importar nada. Y mientras, en Sevilla, su candidato a la Junta de Andalucía no tiene reparos en sentarse a negociar y llegar a cuerdos con una organización de extrema derecha como VOX, con tal de apropiarse al precio que sea del sillón de Susana Díaz. Coinciden en esto con Ciudadanos, por cierto, como también lo hacen en relación a Cataluña, Venezuela, la inmigración o las políticas sociales. Y es que cada vez cuesta más distinguirlos. Sólo falta que los dos tengan un líder cuarentón, bien peinado, guapo y sonriente. Pero ese es otro tema.

Volviendo a las contradicciones, incluso los partidos nacionalistas tienen las suyas, aunque pudiera extrañar dado su construido y monotemático discurso. ERC y la CUP han sido siempre dos de los grandes abanderados de las políticas sociales, la solidaridad y la igualdad, pero ahora lo importante es otra cosa: el nacionalismo, la suerte de clases, la diferenciación según el lugar de nacimiento, el "Espanya ens roba". Curioso. Como también lo es el aplaudir en su momento la iniciativa de Ada Colau de acoger a inmigrantes en las playas de Barcelona y al mismo tiempo insistir en levantar una frontera en el otro lado, entre Lleida y Aragón. Una incoherencia que siempre ha sido característica de CIU y PNV, quienes de cara a la galería criticaban siempre el centralismo de Madrid y luego en los despachos pactaban presupuestos para salvar a los gobiernos de Aznar o Rajoy. Lo más gracioso de todo esto es que los últimos en llegar, los populistas de VOX, sean de momento los más coherentes. Al menos durante las negociaciones en busca de un nuevo gobierno en Andalucía nos han demostrado que sí son lo que parecían ser: franquistas, racistas y misóginos. Algo es algo.

Pedirles que cambien quizás suene demasiado osado, de acuerdo. Una alternativa más que atractiva sería que se dedicaran a otra cosa. Seguro que en el mundo laboral existen multitud de lugares en los que la coherencia no es tan imprescindible... siempre que tu jefe no te lo pida, claro. Pero en España cuando se pronuncia la palabra "dimitir" la gente se gira buscando si hay algún ruso en la sala. Y es que a lo mejor es sólo eso: que todo esto de lo que hablamos no sean más que cosas de rusos.

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